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Los diez estados

¿Diez estados?

Día a día, momento a momento, nuestro estado de vida es susceptible de cambio. Podemos despertarnos sintiéndonos llenos de alegres expectativas ante la idea de la cercanía del fin de semana, para pasar después a ser engullidos por la rabia en el camino al trabajo a causa del tráfico. Al llegar tarde a la oficina, nos atemoriza la idea de la desaprobación de nuestro jefe. Luego, cargados con una tarea de trabajo inesperada y ante la idea de que nuestro fin de semana desaparezca bajo un montón de papeleo, comenzamos a sentirnos atrapados y resentidos. Pero al notar el estrés y la infelicidad de un colega, le ofrecemos aliento y ayuda y comenzamos a sentirnos mejor nosotros mismos.

El budismo categoriza este abanico aparentemente infinito de estados de vida en diez “estados” internos. Este concepto de los “diez estados” ofrece un marco útil para comprender tanto la naturaleza cambiante de nuestros estados de ánimo como la naturaleza o tendencias básicas de nuestro carácter. De forma aún más significativa, nos proporciona el sentido de las inmensas posibilidades inherentes a la vida en cada momento.

El principio de los diez estados es la base de la visión budista de la vida. Los estados, citados en orden ascendente en función del grado de libre albedrío, compasión y felicidad que uno experimenta, son los siguientes: (1) infierno, (2) entidades hambrientas, (3) mundo de la animalidad (4) asuras, (5) seres humanos (6) seres celestiales, (7) los que escuchan la voz, (8) los que toma conciencia de las causas, (9) bodhisattvas y (10) budas.

En algún momento en la India antigua, se pensaba que estos mundos eran ámbitos distintos, separados y fijos en los que los seres humanos nacían de acuerdo con el bien o el mal que habían realizado en vidas pasadas. Se creía que se repetía interminablemente el ciclo de nacimiento y muerte confinados a uno de los primeros seis estados (del estado del infierno al estado de los seres celestiales), también conocidos como los “seis caminos”.

El budismo se desarrolló en este contexto como una práctica que ofrecía la posibilidad de trascender y liberarse de estos seis caminos.

Entre las enseñanzas del budismo, el Sutra del loto revolucionó aún más este paradigma, enseñando que los diez estados son diez estados de vida equitativamente inherentes a cada ser vivo en cada momento.

Las enseñanzas anteriores al Sutra del loto enseñaban que es posible nacer en un estado de vida más elevado o más iluminado dependiendo de las acciones de cada uno, concretamente a través de realizar actos benevolentes y practicar el camino del Buda. Al acumular buenas acciones, uno compensa la balanza de los malos actos que pueda haber acumulado.

El Sutra del loto, por el contrario, enseña que los estados de vida del total de los diez estados, incluido el de la Budeidad, están presentes en nuestra vida de forma inherente. La vida, en cada momento, manifiesta uno de los diez estados y, cada uno de estos mundos posee el potencial de la totalidad de los diez dentro de él (el principio de “la posesión mutua de los diez estados”). Por lo tanto, es posible abrir en cualquier momento cualquiera de estos estados de vida, incluido el de la Budeidad, a través del contacto con un estímulo externo que así nos lo permita.

El estímulo que abre el estado de la Budeidad es la enseñanza que expone la verdad de la iluminación del Buda, es decir, la posibilidad de abrir inmediatamente este estado dentro de uno mismo. Nichiren corporificó esta enseñanza y principio en el objeto físico del Gohonzon, un pergamino inscrito con caracteres chinos. Él enseñó que al recitar Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon con fe en nuestra Budeidad inherente, podemos abrir el estado de la Budeidad dentro de nosotros y aprovechar las virtudes del Buda, tales como la sabiduría, el amor compasivo y el coraje.

Del infierno a la Budeidad

El estado del infierno es un estado de vida en el que uno es prisionero del sufrimiento y carece por completo de libertad. Vivir resulta en sí mismo doloroso, y todo lo que vemos está teñido por nuestra infelicidad y tristeza. El estado de las entidades hambrientas, o el estado de vida de hambre, es un estado en el que uno está espiritual y físicamente atormentado por un ansia insaciable. El estado de los animales, o el estado de vida de la animalidad (que refleja la antigua concepción india de la naturaleza de los animales) se caracteriza por la estupidez, en el sentido de movernos por impulsos y preocuparnos solo por el beneficio y la gratificación inmediatos. En esta condición, se carece de la capacidad de emitir juicios morales y éticos. Debido a que los estados del infierno, las entidades hambrientas y la animalidad representan condiciones de sufrimiento, se los conoce conjuntamente como los “tres malos caminos”.

En la antigua mitología india los asuras eran demonios pendencieros. Una característica del estado de los asuras, o del estado de vida de ira, es la obsesión con la superioridad personal o con la propia importancia, una tendencia a compararse siempre con los demás y querer ser mejor que ellos. Otra característica de este estado de vida es la “perversidad” de ocultar los propios sentimientos para congraciarse con los demás.

El estado de los seres humanos, o el estado de vida de humanidad, es un estado tranquilo, sereno y humano. Las personas en esta condición comprenden el principio de causa y efecto y poseen el suficiente raciocinio para conocer la diferencia entre el bien y el mal. Sin embargo, este estado de vida es vulnerable ante condiciones externas negativas y no puede ser sostenido sin un esfuerzo constante de superación y desarrollo personal.

En la India antigua, se creía que aquellos que realizaban buenas acciones en su vida presente renacerían como deidades en el reino celestial. En el budismo, el estado de los seres celestiales, o el estado de vida de éxtasis, es considerado como la condición de alegría o euforia que experimentamos cuando nuestros deseos se cumplen. Sin embargo, esta alegría no es duradera. Se desvanece y desaparece con el paso del tiempo y a medida que las situaciones cambian.

Los estados comprendidos entre el infierno y las entidades celestiales, los “seis caminos”, son fácilmente influenciables por las circunstancias externas, por lo que estos estados de vida no son verdaderamente libres ni autónomos. El budismo alienta a las personas a trascender los seis caminos y a desarrollar un estado de felicidad autónomo a través de la práctica budista.

El estado de los que escuchan la voz es el estado de vida alcanzado por aquellos que obtienen un despertar parcial a través de escuchar las enseñanzas del Buda, mientras que el estado de los que toman conciencia de las causas se refiere al estado de vida alcanzado por aquellos que obtienen un despertar parcial a través de sus propias observaciones y esfuerzo. Estos dos estados de vida se caracterizan por la toma de conciencia del principio de causa y efecto, así como de la verdad de que nada en la vida es permanente. Esta es la base de la comprensión de que el apego a cosas diversas es una fuente de sufrimiento y que eliminar el apego conduce a la liberación.

La limitación de estos estados de vida es una tendencia hacia el egocentrismo y el ensimismamiento. En las escrituras budistas Mahayana, tales discípulos fueron criticados por el Buda a causa de una especie de autosatisfacción que los hacía reacios a ir más allá de los límites de su parcial despertar y esforzarse por la plena iluminación del Buda.

Las personas en el estado de los bodhisattvas se esfuerzan por alcanzar la iluminación del Buda. Lo que los distingue es su aspiración al estado de vida iluminado manifestado por su mentor, el Buda, que trabaja incansablemente para liberar a las personas del sufrimiento. Los bodhisattvas se caracterizan por la compasión y el altruismo, la empatía hacia el dolor y las preocupaciones de los demás y el deseo de ayudarlos a aliviar ese sufrimiento y encontrar la alegría.

Por último, el estado de la Budeidad describe el estado de vida de mayor nobleza que un ser vivo puede manifestar. Sin embargo, no se trata de un estado sobrehumano o sobrenatural. El término “buda” significa “despierto”. Un buda ha despertado al principio fundamental de la “Ley Mística”, es decir a que toda vida posee un valor intrínseco e irremplazable y que todos los seres vivos son capaces de aprovechar sus fortalezas únicas y crear así valor en ellos mismos y en su entorno. En otras palabras, cada ser vivo es, en sí mismo, una manifestación de la Ley Mística. Aquellos que despiertan a este principio y basan en él sus acciones, son budas.

Aunque el estado de vida de la Budeidad es en origen inherente a cada uno de nosotros, resulta difícil manifestarlo en nuestra vida cotidiana. La práctica budista establecida por Nichiren (la de recitar Nam-myoho-renge-kyo, o devocionarnos a la Ley Mística) es revolucionaria porque proporciona un medio para que todas las personas manifiesten el estado de la Budeidad en cualquier momento, independientemente de sus circunstancias.

Este estado de vida de la Budeidad se puede describir en términos contemporáneos como un estado de felicidad absoluta e indestructible que no se ve afectado por cambios o dificultades circunstanciales. Aunque esto no implica verse libre de sufrimientos y problemas, sí indica la posesión de una fuerza vital vibrante y sólida y una abundante sabiduría para desafiar y superar todos los sufrimientos y dificultades que podamos encontrar. Más importante aún, en palabras de Daisaku Ikeda, alcanzar la Budeidad significa “arraigar en la vida el sentimiento sincero de anhelar la felicidad de uno mismo y de los demás, y emprender continuamente acciones constructivas, con esa postura”. Es un estado de vida de máxima esperanza y plenitud.

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